Llegó una vez al cielo un niño muy lindo. Tenía los cabellos rubios, los ojos de un azul intenso y era tan agraciado y despierto que dios enseguida lo proclamó ángel y le dio permiso para que caminara por todas las partes en el cielo.
Ese angelito recién llegado se pasaba de un lado para el otro haciendo chistes a todo el mundo. Iba hasta el trono de Dios y él que lo quería tanto, lo sentaba sobre sus rodillas, le enseñaba canciones lindísimas y jugaba con sus rizos que caían caprichosamente sobre la frente blanca del muchachito.
Este angelito era, pues, toñeco del señor y de los santos y santas, san Pedro también lo quería mucho y de vez en cuando lo ponía a cuidar las puertas del cielo. Entonces Dios bajaba y se divertía mucho viendo como el angelito había aprendido hacer las pruebas para la entrada al sagrado reino. Cuando regresaba san Pedro respondía con cariño a todas las preguntas que le hacía el inquieto chiquitín, porque era bastante preguntón y le contaba historias que repetía a los otros ángeles cunado se reunía con ellos.
Como tenía tantas preferencias el angelito consentido, se volvió orgulloso y malcriado. Se burlaba de los santos, le hacía bromas pesadas a las santas, era grosero y pesado con san Pedro, se escapaba a curiosear por los lados del infierno… y cuando Dios lo llamaba para mimarlo y descansar un poco de sus ocupaciones, el angelito se portaba muy mal. Le jalaba las barbas, le daba palmadas cuando acariciaba los cabellos y en una ocasión en presencia del señor gritó groserías a la Virgen y a unas santas que querían consentirlo.
Ante la falta de respeto para con todo el sagrado reino, san Pedro aconsejó a Dios tomar alguna medida respecto al angelito, pues ya no se lo aguantaba nadie en el cielo; el santo también contó al padre que el angelito le estaba enseñando pilatunas y malas palabras a los otros ángeles.
Como en la vida terrena había sido un niño, no podían enviarlo al infierno ni mandarlo al purgatorio.
Ni Dios tampoco hubiera accedido a semejante cosa con su ángel predilecto. Así que después de muchas charlas entre san Pedro y el Señor, decidieron volverlo a la tierra para que permaneciera aquí como duende, por los siglos de los siglos, gastándole bromas a la gente y dándoles de vez en cuando sus buenos sustos.
Pero el duende de todas formas sigue siendo consentido ya que puede aparecer como niño o como mujercita, según sus propósitos, pues le gusta robar niños rubios y niñas bonitas a quienes engaña con flores, dulces y mariposas, para llevarlas a una cueva grande donde los alimenta con hojas tiernas y corteza de árboles podridos.
Tiene los pies volteados o sea los talones hacia adelante, para despistar a la gente que lo busque cuando ha cometido alguna pilatuna.
Cuando el caballo amanece con moñitos o trenzas en las crines no hay duda que el duende estuvo correteando los atajos. Esas trencillas las teje para que le sirvan de estribo, pues a él le gusta mucho montar en el cuello de los caballos para correr velozmente por las sabanas apostando carreras con el viento.
De manera que si un niño o niña desaparece en forma misteriosa y se presume que ha sido robado por el duende, la familia debe comenzar a buscarla de inmediato pues la tardanza hace que el niño raptado se vuelva arisco o “mañoso”.
El secreto consiste en salir por los montes con un conjunto de cuerda, pues el duende como le tiene miedo a las guitarras, cuando escucha alguna canción sale corriendo o volando a la cueva. Entonces los familiares descubren dónde está el niño y pueden entrar a buscarlo.
Después de rescatarlo, el niño debe permanecer encerrado en un cuarto por varios días, para que un tegua o yerbatero le haga desahumerios. Los músicos se quedan en la puerta tocando sin parar hasta que el yerbatero les ordene retirarse, cuando ha comprobado que el duende se alejó definitivamente de esos lugares; en cuanto le sea posible a los padres, el niño en recuperación debe ser llevado a la iglesia y presentado ante la Virgen Santísima.
Pero, eso sí, el mejor remedio es que cuando los mayores observen que el duende le está haciendo coquitos a algún niño, deben llevarlo a dormir al cuarto de los padres, colocarle un zurriago o mandador de cuero de buey debajo del chinchorro; amarrar un chicote o trozo de tabaco de los colgaderos y echarle ropa sucia de mujer como cobija. Durante la noche se coloca música a altos volúmenes y se procura mantener la casa llena de gente mayor para que el duende no se atreva a seguir molestando. (Oropeza, 1998)
Referencias
Oropeza, M. G. (1998). Un Angelito Toñeco. En M. G. Oropeza, Cuentos para Antes de Acostarse. (págs. 19 - 21). Bogotá: G.R. Impresores.
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